Observar la ropa tendida en diferentes ventanas siempre me produce un sentimiento de nostalgia difícil de expresar; esa ropa pertenece a un niño, a su madre, a un hombre, a una mujer, a una joven o a un anciano. Yo una vez fui esa niña, esa joven, y puede que sea esa madre y una anciana que se sienta en su ventana para contemplar lo que ha sido su vida. La conciencia que ganas a medida que pasan los años sobre el tiempo no es más que un reflejo del mismo, cuanto más creces y más cosas entiendes, cuando comienzas a ver en ti misma etapas que ya nunca volverán e intentas alargar los momentos para que duren. Dejas de leer ciertos libros, de ver ciertas películas y de hacer ciertos planes, y al mismo tiempo empiezas a entender más a tu madre, a abrazar más a tu abuela y a discutir menos con tus amigas. Con cada estación, con cada año, con cada vistazo al futuro empiezas a entender que la nostalgia es algo que se hará más grande cada vez, un lugar que visitarás más a menudo de lo que te gustaría para regodearte en recuerdos que una vez fueron el momento que desearías no dejar atrás.
Las hormonas de los 15, la falsa madurez de los 20, la crisis de los 30 y la de los 50… Toda nuestra vida está pautada por momentos que corresponden a los números que vas ganando. Pintarte los labios de rojo a los 19 está bien, a los 27 es mejor un gloss, a los 70 ya no tienes edad para llevar color en las pestañas. La belleza, el sexo, las expresiones, las amistades, el amor; todo con su momento perfecto de máximo esplendor, con una fecha en la que espira y desaparece su oportunidad, unas manos arrugadas que ya no son besadas, ni cogidas con fuerza y cariño.
La cárcel en la que yacen todas las nuevas aspiraciones, porque tendemos a creer que el reloj avanza más rápido de lo que nosotros podemos vivir. Dejamos de ser dueños de nuestro tiempo, nos sentamos a observar los momentos antigüos creyendo que lo mejor a lo que podíamos aspirar ya ha pasado, que han caducado todas nuestras oportunidades, y lo hacemos hasta que ocurre de verdad y el reloj se queda sin minutos. La vida está llena de primeras veces, sin embargo tendemos a fijarnos en las últimas; el último día de instituto, la última noche de vacaciones, el último abrazo de quien se va.
Cuántas veces habremos escuchado anécdotas de nuestros abuelos acerca de su juventud, de sus amores, de un tiempo que hace mucho que dejó de existir. Escuchamos sentados y asintiendo, muchas veces aburridos por la innumerable cantidad de veces que ya han contado lo mismo, ignorando que esa forma de repetir hasta la saciedad no es más que una manera de intentar que su historia no caiga en el olvido, recurriendo a la nostalgia como única salvadora de la memoria y el cambio.
Cuando uno es joven tiende a pensar que es inmortal, que el mundo siempre será un lugar abierto a todo lo que pueda imaginar, hasta que un día de repente esa ilusión desaparece y te das de bruces contra un mundo hostil y adulto. Hacemos fotos, escribimos diarios, guardamos ropa y almacenamos trastos, todo con el único fin de que nuestra vida no carezca de sentido absoluto, de transformar en algo material las etapas que desaparecen, de conservar las cenizas de los puentes que quemamos.
Con cada arruga que se nos forma en la piel, con cada cana que nace, con los andares menos ligeros y con la ropa menos colorida vamos reflejando en el espejo la pérdida de las vidas que pudieron haber sido, para ajustarnos a la que por fortuna o por desgracia nos ha tocado. ¿Y qué podemos hacer para evitar lo inevitable? ¿cómo sobrellevar cada ruptura, cada momento que se nos desliza entre los dedos, cada amor perdido? Siempre que la nostalgia nos acecha desde la esquina de la puerta significa que lo que conocemos en ese instante está a punto de desaparecer, pero nunca sucede sin abrirnos paso a una nueva realidad. ¿Cuántas historias guardarán las luces encendidas detrás de cada ventana, cuántas personas que todavía no han aparecido en nuestra vida la marcarán para siempre, cuánto tiempo nos queda todavía para vivir y observar lo vivido? La esperanza es lo único que nos asegura una alegría, que por muy etérea que sea, nos brinda la oportunidad de burlar a los recuerdos. Una pequeña ilusión para escapar de lo crudo de la realidad y del tiempo, del mismo sentimiento compartido y universal del que sólo escapa el infeliz, el que augura un futuro mejor. Es un privilegio que te invada la nostalgia de cada etapa, un castigo la profundidad de saber que todos llegaremos a un mismo punto en el que no habrá retorno. La vida es esperar que la nostalgia aparezca y brindarle el privilegio de ser admirada cómo quién admira una fotografía antigua.
literalmente no pudiste describirlo mejor!! personalmente soy esa persona que le asusta olvidar, una vez escuche/lei en algún lado que sentir nostalgia es un privilegio, porque entonces estás viviendo una vida feliz que vale la pena recordar :) ME ENCANTO EL TEXTO! 🫶🏼
Como adoro cuando lo que no puedo decir yo lo dice alguien más con palabras tan preciosas 😞💗
¡ Me encantó leerte !